Alejandro Durán: Los Padres

Naffer Durán nació en El Paso y Juana Francisca Díaz, en Becerril. Ella se vinculó desde muy joven al caserío y allí creció, se conoció con Naffer, se enamoraron y al poco tiempo se casaron. Ambos fueron trabajadores de la Hacienda Las Cabezas, hasta que se disolvió la compañía. El era vaquero y ella se desempeñaba en oficios domésticos.

Juana Francisca, de espíritu alegre y festivo, participó intensamente. cantando y tocando palmas, en la Tambora: baile suave pero cargado de picaresca, de canto gritado y largo, como Candela Viva. El baile consistía en que la pareja trataba de atropellar al parejo y éste a no dejarse. Sólo cuando lograba el objetivo, entraba un nuevo parejo al baile, hasta ser nuevamente atropellado por la pareja. Y esto sucedía en medio de grandes explosiones de alegría por la expectativa que mantenía tanto la pareja como el público que seguía con atención inusitada el desarrollo del baile.

"Mamá, que actualmente tiene 92 años - dice Alejo -, cantaba una Tambora que aún recuerdo":

"La palomita en su nido
la persiguen los gusanos
como perseguirme a mí
la lengua de los cristianos.

La palomita en su nido
la persigue un carricoche
como perseguirme a mí
un galán todas las noches".

Ella también tomó parte en otro baile denominado Chandé. La escena se desarrollaba en la.calle, los 24 de diciembre. Era caminado, de casa en casa, como una comparsa de ritmo rápido, cantando coplas cortas de felicitación a las familias por la buena nueva; y los instrumentos eran: tambores y un pecho de tortuga tocado con una piedra, en forma de clave, y cantos. Era un baile muy divertido, porque iba llevando a los hogares la alegría de la llegada del Niño Dios.

Después de casada siguió participando con menos frecuencia, porque a Naffer no le gustaba mucho que ella concurriera a esos festejos populares Pero como él era parrandero y además tocaba acordeón, pito y caja, en ambientes vedados para ella, ambos se toleraban sus gustos No era costumbre que salieran juntos. sobre todo en épocas de jolgorios El salía con sus amigos a parrandas de largo alcance y ella se divertía sanamente, acompañada por sus amigas, en las comparsas y bailes cantados, de los cuales hacían parte casi todas las mujeres de El Paso.

Naffer Durán desarrolló normalmente su vida como trabajador en la hacienda. Desempeñó varios cargos: primero fue corralero; después, jefe de corralería: más tarde, vaquero; y finalmente, jefe de cuadrilla para los desmontes de paja.

Era un hombre responsable, de vida descomplicada. Cumplía a cabalidad con su trabajo y, cuando se presentaba la oportunidad, se divertía con sus amigos.

Tuvo su acordeón y en esas parrandas y cumbias prolongadas - pues empezaban casi siempre un sábado y terminaban en la madrugada del lunes - su presencia llenaba de entusiasmo y regocijo al núcleo de amigos al cual pertenecía.

Alejo Durán - se emociona cada vez que habla de su padre. A medida que el tema avanza hacia los linderos del amor paterno y el recuerdo se posesiona de su palabra, expresa con vehemencia: "Mi papá nunca me prohibió que yo fuera músico. Tuvo conmigo una gran comprensión y confianza. Pasábamos dialogando. Nos hacíamos falta. Después de papá no ha habido otra persona que me haya llenado tanto. Era de buen genio, serio y hablaba más que mi abuelo. Era hombre de chispa, repentista, de unas respuestas claras, contundentes. Yo creo que heredé eso de él. Hablar de papá me sale de adentro con cariño, con amor. Lo que más me dolió fue que cuando yo empecé a ganar dinero con mi profesión de músico y él podía vivir mejor. se murió".

En un descuido sus ojos brillaron como un relámpago bajo la lluvia. Su voz recia trató de quebrarse ante la magnitud del recuerdo, y un silencio impresionante le clausuró la boca.

Naffer tenía conciencia de que su hijo lo remplazaría con lujo de competencia en los menesteres del acordeón. Le consideraba un buen músico, sin pretender que fuera el mejor. Era justo en reconocer esa gran verdad de su sangre.

De la lealtad y acatamiento a su padre, el mismo Alejo explica: "Así no tuviera la razón, le obedecía. Sólo a los dos o tres meses, en charlas cordiales, le decía que en aquella ocasión se había equivocado. Ya para esa fecha no se perturbaba con la contradicción. Lo que a él no le gustaba era que le cuestionaran su palabra en el momento mismo de hablar, También lo hacía montar en cólera cuando mandaba a uno de sus hijos a hacer algo y le manifestara que no podía. Con rabia. imperioso, irnprecaba: "¿Ya tanteó? ¿Por qué no puede? ¿Ya agotó los recursos?".

Cuando Naffer le reprochaba a Alejo algo relacionado con su trabajo. no lo hacía con brusquedad, sino que lo invitaba a dialogar. Y siempre empezaba hablando de cosas diferentes al tema que quería concretar. Claro que el diálogo no se daba en realidad, porque después de una hora de disquisiciones acerca de la honradez, la responsabilidad, la honestidad, el hombre, la vida, la muerte y el mundo, era cuando empezaba a referirse con sutileza al motivo que quería condenar. Igual cosa ocurría con sus frecuentes charlas sobre el cumplimiento del deber y el pago de las obligaciones. A él le gustaba poner a prueba a sus propios hijos. Si le prestaba cincuenta centavos a uno de ellos, le preguntaba: "¿cuándo me los paga?" Había que fijarle mes, día y hora, porque el plazo, según él, debía ser claro. Cuando precisaban el mes y el día y no la hora, insistía en esta última, porque "de ahora hasta las seis hay mucho qué hacer". En varias ocasiones hubo necesidad de recurrir a Juana Francisca para cumplirle.

Esta situación aparentemente fastidiosa y demasiado estricta, era aceptada por sus hijos como algo natural. Estaban acostumbrados a escuchar sus sentencias: "el hombre responsable tiene de todo; si no lo es, no tiene nada".

Con el correr de los años, cuando ya Naffer, envejecido y enfermo, se valía de algún dinero prestado para comprar la droga, por ejemplo, Alejo le decía jocosamente y con cariño: "¿cuándo me lo va a pagar?" Y ambos festejaban con carcajadas el apunte.

Cosa semejante sucedió con Santos y Emeteria Durán, tías paternas de Alejo; mujeres rígidas de conducta, orgullosas y distantes, que se envejecieron solteras.

Después que Naffer se retiró de la hacienda, se dedicó a hacer corrales de vareta por algún tiempo, pero su centro de actividades era El Paso, y allí murió de infarto a los 59 años de edad.

[Del libro "Alejo Durán" de José Manuel Vergara. Grafisinú. 1989]

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