Desde esta noche a las siete
están prendidas las espermas:
cuatro estrellas temblorosas
que alumbran su sonrisa muerta.
Ya le lavaron la cara,
le pusieron la franela
y el pañuelo de cuatro pintas
que llevaba los días de fiesta.
Hace recordar un domingo
lleno de tambores y décimas.
O una tarde de gallos,
o una noche de plazuela.
Hace pensar en los sábados
trémulos de ron y de juerga,
en que tiraba su grito
como una atarraya abierta.
Pero está rígido y frío
y una corona de besos
ponen en su frente negra.
(Las mujeres lo lloran en el patio,
aromando el café con su tristeza.
¡ Hasta parece que la brisa tiene
un leve llanto de palmera!)
Murió el boga adolescente
de ágil brazo y mano férrea:
nadie clavará los arpones
como él, ¡ con tanta destreza!
Nadie alegrará con sus voces
las turbias horas de la pesca.
¡ Quién cantará el bullerengue!