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Antonio Mora Vélez

Antonio Mora Vélez

 

 

CUENTO
(Del libro " El juicio de los dioses")

ERROR DE APRECIACIÓN

La nave Galáctica se posó suavemente sobre un paraje del gran desierto Americano. El sol se ocultaba, en ese instante, allende los montes Grapevine y un hermoso cielo anaranjado anunciaba la llegada del frío. En la distancia, dos zorros jugueteaban cerca de una chumbera florecida, y una serpiente reptaba afanosamente en pos de pequeño roedor solitario.

__!Hay vida!__ exclamó entusiasmado uno de los tripulantes. Su cara triangular huesuda asomaba por una de las ventanillas de la nave.

__El aire es como el de Polux!__ agregó otro, luego de leer la pantalla de su analizador.

Cerca de allí, un poco más allá de las primeras dunas, recostado a un saguaro de diez metros, un viejo indio fumaba y contaba las estrellas que ya empezaban a tachonar el firmamento. Era la hora del coyote. Entre una y otra fumarada el viejo silbaba una melodía dulce que más parecía un lamento que la canción que pretendía ser.

__¿ Escuchan ese canto nostálgico?__ preguntó el comandante.

Este encabezaba el grupo que ascendía lentamente por las dunas hacia el cactus gigantesco, cuya copa sobresalía por encima de las arenas.

__Parece un silbido de piroxal__ le contestó su inmediato compañero.

Al rato, y ya casi en el límite de la fatiga, los astronautas llegaron al lugar del indio. Lo encontraron sentado, con un sombrero alerón casi cubriéndole el rostro y una pequeña rama en la mano que masticaba después de cada fumada.

__¿ Hay otros como tú en este planeta?__ le interrogó el comandante.

El viejo se quedó mirando fijamente el horizonte de las dunas hacia el norte y contestó: “Están muertos”.

__¿ Muertos? ¿ Todos?__ insistió el cosmonauta.

__!Todos!__ respondió el indio__ Todos murieron de soberbia. Quisieron llegar más allá de sus límites y lo destruyeron todo, y se destruyeron ellos mismos...

El joven del cosmos inquirió otra vez pero el indio no habló más.

__Es una lástima, porque el planeta es hermoso__dijo entonces al partir.

Cuando los navegantes del espacio desovillaron el trayecto y se volvieron a su lugar de origen: Varios años luz arriba en la dirección de Venus a las seis de la tarde, el anciano indio sacudió la arena de su poncho mientras se erguía, escupió las huellas dejadas por los forasteros de plateado, y musitó indignado:

__!Blancos de mierda!

Montería, 1.981

 

 
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