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David Sánchez Juliao

Los Cabrales

[Publicado en El Espectador de Santafe de Bogotá - Colombia]

No hay duda de que llamarse Cabrales en el departamento de Córdoba es algo que pesa. Pero los Cabrales del mundo tienen, a juicio del los habitantes del Sinú, un gravísimo problema: son gente floja; es decir, perezosa. En eso, el abogado Rodolfo Cabrales parece estar de acuerdo conmigo. Un día, debido a una visita que hiciera a su compañero de bufete en Barranquilla, el ex juez Jacques Levy Guido, Rodolfo y yo coincidimos en nuestros criterios acerca de los Cabrales; y nos contamos, entre tinto y tinto, uno que otro cuento acerca de sus parientes monterianos.

Yo empecé. Y le conté, no sin ironía, que cuando en el año 50 llegaron los primeros jeeps al Sinú, había que atravesar no menos de veinte potreros para ir de una población a otra. Entre Montería y Lorica, por ejemplo, los ocupantes de un jeep tenían que bajarse veinte veces de vehículo para abrir las llamadas ¡puerta de golpe! que separaban los potreros. Flojos como eran, los Cabrales entonces, para evitarse el tener que saltar a tierra tantas veces a abrir puertas, optaron por escoger para los viajes en jeep, el puesto de mitad, entre el conductor y el ocupante de la silla delantera derecha. Hay que anotar que ese, el del centro, es el puesto más incómodo en un Willys, pues queda uno con la barra de cambio entre las piernas y las patas de gallina de la doble transmisión a la altura de la espinilla. Pero a los Cabrales poco les importaba aquello, con tal de evitarse la ¡abrida de las puertas!, como dicen allá. Esa es la razón por la cual, aunque se tenga en el Sinú un Toyota, un Mitsubishi, un Nissan o un Lada, el puesto de la mitad, entre el chofer y la silla derecha, se sigue llamando...¡El puesto e los Cabrales!.

Llegó entonces el turno de Rodolfo. Y contó que un día la familia Cabrales de Montería (toda la ¡cabralera!, como la llaman) hizo una fiesta en la puerta de la calle de una de las casas del barrio El Recreo. Aquella parranda se había organizado casi a la manera vallenata: un montón de gente sentada en torno a una mesita en la que habían colocado una botella de whisky, una hielera, y vasos. Dicen en Montería que los Cabrales, además de flojos.... son orgullos; razón por la cual, el borracho que en ese momento pasaba por la calle, gritó, al ver tanto Cabrales junto:

-¡Oye, que Cabralera! - y agregó -: ¡Y ahora, ¿quien carajo de ellos se para a servir el trago?!.

A decir verdad, mi cuento le iba ganando al de Rodolfo Cabrales. Pero Rodolfo, Cabrales al fin y al cabo, me derrotó con lo que sigo considerando una magistral estocada final:

"Un día - empezó contando Rodolfo -, Marco Pineda Cabrales, el hijo de Marcos y Trinita, se encontró en Bogotá con un Cabrales cachaco. Un Cabrales de Ocaña, Norte de Santander, ciudad en donde también los hay. Hasta el día de aquel encuentro, no se sabía si los Cabrales de Ocaña eran los mismos de Montería, pero parece que luego de que sucedió lo que sucedió, quedó establecido que si. Todo sucedió de la siguiente manera. El Cabrales cachaco le dijo a Marcos, el monteriano:

- Yo creo que tú y yo somos de los mismos Cabrales.

- Un momento - dijo Marcos, el monteriano - aclaremos una cosa: ¿a tí te gusta vivir bien?

- Si, me gusta vivir bien - respondió el ocañero.

- ¿A tí te gusta el trago?

- Si, a mi me gusta el trago.

- ¿A tí te gustan las mujeres?

- Si, me gustan las mujeres.

- ¿Te gusta dormir en hamaca?

- Si, me gusta dormir en hamaca - respondía el ocañero.

- ¿Y qué tal eres para el trabajo? - preguntó Marcos con cierta ironía.

- ¿Para el trabajo? - se preguntó el ocañero, y respondió - ¡Bastante malo!

Marcos abrió los brazos, y exclamó:

- ¡Primo!".


 

 
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