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El Renacuajo Paseador
Poema de Rafael Pombo


El hijo de rana, Rinrín renacuajo
salió esta mañana muy tieso y muy majo
con pantalón corto, corbata a la moda
sombrero encintado y chupa de boda.
—¡Muchacho, no salgas¡ —le grita mamá
pero él hace un gesto y orondo se va.

Halló en el camino, a un ratón vecino
y le dijo: —¡Amigo! venga usted conmigo.
Visitemos juntos a doña Ratona
y habrá francachela y habrá comilona.

A poco llegaron, y avanza ratón,
estírase el cuello, coge el aldabón,
da dos o tres golpes, preguntan: ¿quién es?
—Yo doña Ratona, beso a usted los pies

¿Está usted en casa? —Sí, señor, sí estoy,
y celebro mucho ver a ustedes hoy;
estaba en mi oficio, hilando algodón,
pero eso no importa; bienvenidos son.

Se hicieron la venia, se dieron la mano,
y dice Ratico, que es más veterano:
—Mi amigo el de verde rabia de calor,
démele cerveza, hágame el favor.

Y en tanto que el pillo consume la jarra
mandó la señora traer la guitarra
y a renacuajo le pide que cante
versitos alegres, tonada elegante.

—¡Ay! de mil amores lo hiciera, señora,
pero es imposible darle gusto ahora,
que tengo el gaznate más seco que estopa
y me aprieta mucho esta nueva ropa.

—Lo siento infinito, responde tía Rata,
aflójese un poco chaleco y corbata,
y yo mientras tanto les voy a cantar
una cancioncita muy particular.

Mas estando en esta brillante función
de baile y cerveza, guitarra y canción,
la gata y sus gatos salvan el umbral,
y vuélvese aquello el juicio final.

Doña Gata Vieja trinchó por la oreja
al niño Ratico maullándole: ¡Hola!
y los niños gatos a la vieja rata
uno por la pata y otro por la cola.

Don Renacuajito mirando este asalto
tomó su sombrero, dio un tremendo salto
y abriendo la puerta con mano y narices,
se fue dando a todos noches muy felices

Y siguió saltando tan alto y aprisa,
que perdió el sombrero, rasgó la camisa,
se coló en la boca de un pato tragón
y éste se lo embucha de un solo estirón.

Y así concluyeron, uno, dos y tres
Ratón y Ratona, y el Rana después;
los gatos comieron y el pato cenó,
¡y mamá Ranita solita quedó!

© Carlos Crismatt Mouthon

 

 
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