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 Cartagena, Colombia, sábado, 23 de febrero de 2008
 

Antes del juicio

JAIME ANGULO BOSSA, -

Aunque sólo conozco del proceso el alegato de sus abogados defensores, síntesis afortunada de los argumentos que proclaman su inocencia, pues no ha sido posible enterarme de las razones invocadas por la Corte Suprema de Justicia para contradecirlos y no valorarlos en el respectivo llamamiento a juicio, cedo con satisfacción al deseo de opinar sobre el caso del senador Juan Manuel López Cabrales, procesado por haber firmado el llamado “Pacto de Ralito”.

Jaime Angulo Bossa

Y lo hago de modo que mis criterios no reflejen posiciones tomadas de antemano por factores de afinidad política o amistad personal que le quiten frescura o imparcialidad, equilibrio o prudencia. De allí que para escribir esta nota haya apelado a la intuición ética que en mí, como en tantos otros y sin nubes negras que impidan ver su transparencia, señala el norte esencial de mi inquietud de ahora.

A falta de las razones objetivas y contextuales que el conocimiento del auto de llamamiento a juicio me hubiera dado, la referida intuición ética que ante la conducta social orienta al ser humano y lo libera de cualquier y deliberado error de apreciación, ahora sustenta en mí, sin matices que duden de su fuerza, la convicción subjetiva de su inocencia.

No lo digo por el senador constreñido, ni por su tío Edmundo López Gómez mi amigo de más de 40 años, sino por ese algo que se tiene adentro, que yo siento en mí como electrizante relámpago de lealtades, y que Gaitán con su voz de siglos produjo diciendo sobre Plinio Mendoza Neira, Contralor General de la República atacado por Carlos Lleras Restrepo en el Congreso, estas palabras vitales: “Voy a defender a un grande hombre de una gran infamia”, y lo defendió. Intuitivamente, guiado por el norte de mis honestidades y guardadas las proporciones históricas, vengo hoy a defender a alguien que creo inocente, víctima de la alienación bifronte y contradictoria que sufre hoy el país frente al “paramilitarismo” y de lo cual hablaré otro día.

Miro este caso desde los rectos comportamientos individuales y sociales que pública y privadamente siempre defiendo. Me subo a ellos y con avidez que de águila quisiera oteo las imágenes de mi intuición. Y veo en ellas el perfil del joven senador Juan Manuel López Cabrales como víctima propiciatoria de una conjura mediática contra lo que una vez millones de colombianos amamos y que hoy, bandera desarbolada y caída al suelo, pide que alguien como el Gaitán de Plinio la regenere y levante. ¡Pobre PLC que ya no tiene dolientes en el pueblo que lo seguía sino dueños en la oligarquía que lo usa!

Repito, esta intuición ética, nacida de mi yo más intimo e interior, que guardo bajo siete llaves de humanismo, me hace creer en su inocencia y en que solo falencias interpretativas sobre los pasos dados por él antes y en el momento de suscribir el consabido Pacto de Ralito han podido de buena fe influir en las decisiones tomadas por la Corte contra él, las que desde luego respeto porque sus magistrados en general cumplen una labor que sobrepasa lo meramente jurídico para llegar a la más alta épica del carácter nacional.

Tengo el derecho de pensar hoy, semanas o meses antes del juicio, que contra el senador Juan Manuel López Cabrales se pueda estar cometiendo una injusticia corregible durante su desarrollo. Lo digo con real acatamiento a la Corte que, en cuanto a las investigaciones seguidas contra otros congresistas, ex congresistas y particulares vinculados a la llamada “para-política”, y a las duras decisiones tomadas dentro de ellas ha merecido la solidaridad nacional. Proclamo la mía.

 

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