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General José María Córdoba: Carta a Bolívar

ARTÍCULO
General José María Córdoba, grabado de Lemercier sobre el dibujo de José María Espinosa

Bicentenario del nacimiento de Córdova, 1779-1999

Cambios en la imagen de un héroe
José María Córdova: entre la historia y el mito

Por Andrés López Bermúdez

La imagen del general José María Córdova ha tenido profundas variaciones en los dos últimos siglos. En la primera mitad del XIX, José Manuel Restrepo fue el primer historiador en referirse a Córdova tanto en la Historia de la revolución de la república de Colombia como en su Diario político y militar. En ambos libros describió al prócer de la independencia como un hombre dotado de una «enorme ambición», que le condujo a ser parte de los conspiradores que atentaron contra Bolívar en Bogotá, en la noche del 25 de septiembre de 1828. Según Restrepo, Córdova se mostraba «como ardiente amigo del Libertador para hacerle traición en la primera oportunidad», actitud que consideró apenas comprensible en un hombre tosco y «resentido por su falta de educación», que adujo razones «no válidas» para justificar su alzamiento armado en contra del Libertador. A José Manuel Croot también le pareció que Córdova codiciaba el alto poder ostentado por Bolívar. Destacado exponente de la historiografía conservadora de mediados del XIX, este autor tomó parte activa en el contrapunto de las ideologías liberal y conservadora que conmocionó el acontecer nacional de entonces, mostrándose siempre adicto a Bolívar y contrario a actitudes como la que achacó a Córdova, pues, según creía, éstas podían «perturbar el orden público causando graves daños a la estabilidad de la república».

General José María Córdoba, caricatura de Rendón

El general Joaquín Posada Gutiérrez por su parte, en sus Memorias histórico - políticas presentó a Córdova como una «triste víctima de la injusticia» y «el odio gratuito». Esta variación en la imagen del prócer está ligada a las repercusiones de la guerra civil ocurrida entre 1859 y 1862, conflicto que fracturó la unidad nacional insinuando que la nación colombiana podía dejar de existir. Aunque el país no se fragmentó, la Constitución de 1863 promulgada por el liberalismo triunfante revitalizó el poder regional, creando la necesidad de fomentar una conciencia nacionalista para contener las tendencias a la disgregación. Uno de los medios para avivar el sentimiento nacional fue la recreación de los mitos fundacionales de la patria, entre ellos los hechos heroicos de la independencia.

General José María Córdoba, óleo y acuarela de José María Espinosa

Hacia las décadas de 1860 y 1870 Córdova, prócer antioqueño por excelencia, pasó de villano a ser un rutilante héroe en la historia escrita. El cambio en su imagen resultó oportuno para los intereses de la dirigencia paisa sin distingo de partidos, que bajo la activa dirección de Pedro Justo Berrío, se hallaba empeñada en la consolidación de la autonomía y la identidad regionales. Veinticuatro años antes de concluir el siglo XIX, Federico Jaramillo Córdova, sobrino del héroe, confirmó la apreciación de Posada Gutiérrez. Apoyado en un profundo sentimentalismo proveniente de la memoria familiar, Jaramillo Córdova reafirmó que su tío había sido un hombre «verdaderamente noble», «empujado a la revolución y obligado a recurrir a las armas». Anotó que «fue traicionado» y que «estando inerme fue vilmente asesinado», a pesar de lo cual «fue capaz de sobrevivir para la gloria», conceptos que afianzaron de modo decisivo la imagen del héroe como el primer mártir de las ideas liberales en Colombia. Otro pariente del proócer, José María Arango y Carvajal, en las postrimerías del XIX extendió las consideraciones de su colega Jaramillo Córdova a la exaltación de la memoria del héroe, «tan sagrada y tan digna de ser transmitida a las futuras generaciones». De aquel tiempo proviene también la consagración de Córdova como «el hijo de la gloria», calificativo consolidado a partir de la publicación en 1876 de la obra de Juan C. Llano, yerno del historiador Arango, que retrató al héroe «literalmente agobiado con el peso de los laureles». A manera de síntesis, Eduardo Posada apuntó en 1899: «Con razón se le ha llamado el Marte Colombiano. Y quizás en los futuros siglos, cuando mucha de nuestra historia sea tenida cual creación mitológica, será él, sin duda, uno de los dioses de la guerra». Herencia de la retórica del siglo XVIII y de la tradición oral popular, este tipo de alegorías fue un recurso literario común en la historiografía que durante el último cuarto del siglo XIX se dedicó a ensalzar personajes famosos.

General José María Córdoba, óleo anónimo y dibujo de José María Espinosa

Coincidiendo con el propósito de los intelectuales antioqueños del momento de fomentar la responsabilidad ciudadana por medio del conocimiento de la historia regional y del país, se exaltó ampliamente a Córdova como paradigma del comportamiento cívico. La Academia Colombiana de Historia fundada en 1902 jugó un papel clave en dicho proceso, pues presionada por la responsabilidad de formar ciudadanos patriotas, produjo una historiografía que aplicó especial énfasis en el culto a los héroes, perpetuando formas narrativas de la historiografía europea decimonónica y permaneciendo al margen de nuevas corrientes interpretativas del pasado. Cuando apenas había transcurrido el primer cuarto del siglo XX, estando aún en boga en el país la corriente positivista cuyo auge había decaído en Europa, Roberto Botero Saldarriaga dio un paso decisivo en la representación de la imagen histórica de Córdova: decantó los atributos del prócer como nadie lo había hecho, conservando como eje de su discurso sólo aquellos que resultaban indispensables para definir rasgos básicos. Mejor que nadie, Botero Saldarriaga supo explotar como materia de sus escritos «los perfiles apolíneos de aquel joven tan bello como un príncipe de leyenda», cuya «valentía proverbial» y «notoria juventud» le hacían merecedor de un lugar en los anales de la historia. Córdova adquirió entonces la imagen del militar integral que supo auto-constituirse en parámetro de lo castrense al servicio de las leyes civiles.

General José María Córdoba, óleo de Emiliano Villa

En publicaciones posteriores a la obra de Botero Saldarriaga, especialmente después de 1950, se estrechó la vinculación entre el héroe, su época y su entorno, erigiéndolo en «símbolo de todo un continente». Encarnación del guerrero americano a la vez que hombre de «puro» linaje hispano, la historiografía vio confluir en el prócer la fortaleza ibérica que forja imperios, con la astucia americana capaz de demolerlos. La inteligencia de Córdova y «la solidez de su criterio» fueron descritas con generosidad, procurando conferirle una imagen de hombre sensato y capaz. Más que antes, durante este período se adujo que su existencia tuvo sentido en la medida en que estuvo dedicada al servicio de «la libertad» y de «la patria», consideración motivada en parte por la creciente dependencia del país con respecto a los Estados Unidos, potencia que desde el término de la segunda Guerra Mundial asumió el liderazgo económico e ideológico del hemisferio occidental, suscitando respuestas nacionalistas que invocaron a los héroes patrios en defensa de valores tradicionales. Las palabras héroe, patria y libertad fueron sinónimas como nunca antes, y Córdova fue exhibido por los más diversos sectores de la política nacional «como guión y espejo» para las nuevas generaciones, como parámetro de conducta para bien de la patria.

General José María Córdoba, aguada de Roberto Páramo y retrato de álbum del siglo XIX

Dado que en los últimos tiempos la posición de los grandes hombres tiende a depender más del grado de humanidad que demuestran que de las cualidades sobrehumanas que supuestamente poseen, resulta comprensible que aproximadamente a partir de 1975 los historiadores se hayan propuesto describir la sencillez del héroe con especial esmero. Desde entonces, en vez de sobrehumano, Córdova ha sido visto como un hombre superior, pero humano a fin de cuentas. En su interés por humanizar al héroe, pero al mismo tiempo temerosa de cuestionar el carácter «sagrado» del hombre convertido en leyenda, la historiografía otorgó en aquel momento máxima importancia a la amplitud documental, que se impuso gracias a su supuesta capacidad de «liberar» a los historiadores de compromisos con la figura del héroe, haciendo posible una historia desacralizada y moderna. Siguiendo ese orden de ideas, se señaló que Córdova se distinguió en su vida privada por su carácter festivo y hasta un tanto mundano. En efecto, en su obra sobre el prócer, quizás la mejor y más completa que se haya escrito, Pilar Moreno de Ángel anotó entre otros comentarios que las constantes experiencias en la vida donjuanesca llevaron al héroe a ser «tan hábil en las artes del amor como en las de la guerra», e incluso a tener «amores impuros». Junto con otros historiadores, señaló que el prócer fue siempre afable y complaciente con los suyos, hasta el punto de ganarse la estimación incondicional de cada miembro de su familia, de sus amigos y de la generalidad de la población de Rionegro, ciudad a la que consideró su patria chica. «Magnífico hijo y hermano», «su amor puro y constante» por los miembros de su familia adquirió excepcional relevancia en la historia escrita, interesada en retratar a un hombre caracterizado por una profundidad afectiva insospechada.

General José María Córdoba, Monumento en Rionegro y miniatura en marfil de José María Espinosa

[Tomado de Credencial Historia No. 123]

 

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