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Guillermo Valencia Salgado
“El Goyo”



El Compae Goyo No Morirá

CARLOS CRISMATT MOUTHON


GUILLERMO VALENCIA SALGADO, a la derecha, con Carlos Crismatt Mouthon.

El espíritu rebelde de El Goyo quizo quedarse en el Siglo XX, en ese pedazo de historia cultural que forjó para su querido Sinú.

Lo conocí en 1968, cuando el rector Elías Bechara lo buscó como profesor de literatura para el entonces vigente ciclo de Estudios Generales de la Universidad de Córdoba, dos semestres iniciales comunes para todas las carreras. Pero ya su nombre era reconocido, desde que concursó y ganó en el Festival Folclórico de Ibagué con “Canto al Tolima”, la primera canción protesta de Colombia.

Fue grabada por el sello “Vergara” con la paternidad de Pedro García, ante la ausencia del Goyo en ese momento en Bogotá. Fue un rotundo éxito nacional, que también fue interpretado por Alejo Durán.

En “La Machaca”, una vieja casona en la orilla del río Sinú, hoy dedicada a las actividades culturales de la Universidad de Córdoba, El Goyo encontró su primer refugio para la escultura. Un pequeño grupo de estudiantes lo acompañábamos en su labor de moldear el barro para dar los primeros toques al busto de Elías Bechara. Antes de quitarle el fique húmedo con que lo dejaba cubierto, aprovechaba a su espontáneo público para relatarnos los cuentos de las brujas y los muertos del Sinú. Allí le escuché hablar por primera vez del Hombre de la Mano de Pilón, un cuento que, al igual que el del “Gallo Capón”, no tenía fin y que cada día crecía en exageración y picardía.

En ese mismo 1968 presentó con gran éxito en Medellín su obra de teatro “Maluco el Bejuco”, la que repitió entusiasmado en la Semana Universitaria de ese año, que contó con la presencia del presidente Carlos Lleras Restrepo. Conservo como un grato recuerdo algunos ejemplares amarillentos de “El Correo del Sinú” de esas fechas, con una crónica en donde reseño la participación del Goyo en las festividades universitarias, además de una notícula sobre su triunfo en tierras antioqueñas.

Tengo un recuerdo de 1971, cuando fui encargado de la rectoría de la Universidad de Córdoba, ya que mi primer acto administrativo fue firmar la orden para que el Goyo viajará con su grupo de estudiantes al Festival Nacional de Teatro, derecho que se habían ganado en unas eliminatorias realizadas en Sahagún. La cuenta reposaba en el escritorio del entonces Síndico de la Universidad y el Goyo había perdido todas las esperanzas de participar. Pero ese oportuno encargo permitió que se cumplieran sus deseos y selló una comunión de intereses que se mantuvo hasta el final.

Una época especial, en que lo vi respirando emociones, fue la realización en Montería del Festival del Río Sinú, una malograda tentativa de cambiar la festividades en corralejas del 20 de Enero por actos culturales y folclóricos. Las corralejas habían sucumbido ante la barbarie de los participantes, quienes despresaban vivos los toros que salían a la plaza. El Goyo consiguió la aprobación y el apoyo de la gobernación del departamento de Córdoba para estos festejos, pero el público de ese entonces no estaba preparado para apreciar la importancia de su propuesta.

A mi regreso a Montería, después de algunos años de ausencia, el primer regalo que recibí fue un ejemplar autografiado por El Goyo de su libro “Córdoba Su Gente Su Folclor”, el cual conservo como uno de mis tesoros. Retomamos entonces la conversación, como si el tiempo no hubiera no pasado. Algo parecido al “como decíamos de ayer” de Fray Luis de León.

Luego, nos encontramos durante varios años en el Festival del Porro en San Pelayo, al cual le había entregado las energías que en Montería no supieron aprovechar. Fue uno de sus principales impulsores y el más cumplido de los asistentes a oír tocar al unísono por todas las bandas asistentes el porro “María Varilla”, en el Alba del primer día. Era el juez obligado para dirimir las discusiones o responder las inquietudes sobre el Porro. Participó por derecho propio en varios especiales de televisión sobre el porro, entre ellos la serie “Yuruparí”. Estoy seguro que en los próximos festivales tendremos la sensación que El Goyo aparecerá en cualquier momento, para ocupar su asiento de cuero en las casas de sus amigos.

Después de su jubilación como profesor en el Inem, lo convencí, no sin muchas tentativas de evasión, de que guardáramos en un documento audiovisual algunos recuerdos de su obra cultural. En Casaval, la “Casa de los Valencia”, su refugio en Mocarí, logramos captar al Goyo haciendo esfuerzos para recordar sus poemas, cuentos y canciones. Se quejaba de problemas en su voz, que atribuía a una inflamación en sus amígdalas que debían operarse. En momentos también tenía problemas con la memoria, pero todo ello no impidió que El Goyo se mostrara en toda su grandeza. La versión recogida de “Velorio Campesino” es quizás una de las más impactantes, porque, a pesar de sus limitaciones y ligeros titubeos, El Goyo se apoderó de la escena y logró hacernos reír. Parte de este material fue emitido por Telecaribe en el programa “Agenda de la Universidad de Córdoba”, lo cual le dio nuevos ánimos y me prometió una segunda parte para cantar “Muchachita de Ayapel”.

El pasado 10 de diciembre de 1999, El Goyo vino a cumplir su última cita con sus amigos, reunidos en el Auditorio Central de la Universidad de Córdoba. Sin sus cabellos blancos, sin su bigote de caballero enamorado, y su tez más morena de lo normal, imprescindible tributo a la quimioterapia, El Goyo me rememoraba la figura de Gandhi. Pero sus ojos, con mirada de malicia indígena, recordaban que allí estaba El Goyo, lanzando mensajes de fe y reconocimiento a sus familiares y amigos. Me despedí del Goyo al momento de salir nuevamente para Casaval, ya montado en su campero verde, renovando una cita que el destino se encargó de aplazar para la eternidad.

Cuando el cuerpo de El Goyo era guardado en los Jardines de la Esperanza, y sonaba la trompeta de duelo de Miguel Emiro Naranjo acompañando al canto fúnebre de Petrona Martínez, recordé la frase que nos dijo en Casaval: “El Compae Goyo no morirá”....


 

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