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Montería: Los Tiempos del Pabilo y del Mechero

  • Historia de Montería de Jaime Exbrayat
    Los Primeros Monterianos

  • Jaime Exbrayat Boncompain. Historia de Monteria. Alcaldía de Montería. Segunda Edición. 1994.
    Profesor Jaime Exbrayat Boncompain

    Jaime Exbrayat Boncompain fue pedagogo, poeta y escritor. Nació en Pertuis, Hante Loire, Francia, el 1o. de julio de 1892 y murió en Montería el 21 de marzo de 1967. Hizo estudios secundarios en el Liceo du Puy de Lovaina, Bélgica, donde obtuvo el título de bachiller en 1910. Sus estudios normalistas fueron refrendados por la Escuela Normal de Bogotá. Se radicó en Colombia desde 1922 y en Montería fue Rector del Instituto del Sinú. Su obra Historia de Montería es el único texto completo del tema sobre la ciudad, de la que se han preparado dos ediciones (1971 y 1974).

    Foto: Profesor Jaime Exbrayat Boncompain


    LOS PRIMEROS MONTERIANOS
    a). Los Tiempos del Pabilo y del Mechero

    (Fiel transcripción del capítulo completo p.p. 244 - 251)

    Cierto rey de España, tal vez Fernando VI, prohibió que a las mujeres se les enseñara a escribir permitiendo solamente que aprendieran a leer; en realidad, la aludida prohibición carecía de fundamento y aplicación en una comarca aislada de todo centro civilizado cuyos moradores prácticamente no recibían enseñanza alguna. Fueron contadísimos los que aquí conocieron los rudimentos de la lectura y de la escritura por medio de procedimientos de su propia inventiva y en extremo curiosos. Así, sobre una tabla más o menos lisa o sobre el mismo suelo extendían una capa de arena extremadamente fina que nivelaban muy bien, sobre la cual dibujaban los signos caligráficos con un palito o con los mismos dedos.


    Ceremonia en la Montería de comienzos del siglo XX
    Caballeros en ceremonia pública en la Montería de comienzos del siglo XX

    A medida que nuevos moradores, procedentes de diversas partes, se incorporaban a la población, se fueron implantando también mejores sistemas de enseñanza, y no tardaron en llegar pizarras y poco después papel y tinta. Las plumas de uso corriente eran plumas de aves, en especial de pavo y de pato. En lugar de papel secante empleaban una arenilla que espolvoreaban sobre la tinta y que guardaban luego dentro de una semilla de ceiba para tenerla siempre a la mano. En aquellos remotos tiempos, allá por el año de 1800, la aldea de San jerónimo de Montería presentaba el aspecto de una gran hacienda. Los escasos ganados de los vecinos pastaban libremente en los alrededores del poblado y tenían su rodeo en la misma plaza donde los dueños de cada vaca la ordeñaban allí mismo. Cada mañana los pastos eran comunes porque las propiedades no tenían todavía deslindes artificiales. Antes de 1800 no hubo tienda en Montería.

    Las mujeres acomodadas usaban ropas hechas con telas de color llamadas "tulas" introducidas por el señor José del Carmen Rivera, que viajaba entre Lorica y Montería con hartas dificultades.

    Esas primeras damas monterianas no eran esclavas de la moda y la hechura de sus trajes no presentaba mayores complicaciones: corpiños muy escotados, mangas cortas al pegue de la cabeza del brazo. La costura igualmente sencilla se hacía con hilos de algodón preparado aquí mismo con fibras de la planta que se daba en estado silvestre y que se hilvanaban con husos iguales a los utilizados por los indígenas. Las señoras calzaban sandalias durante los días de trabajo y babuchas de orejitas en los días festivos y adornaban sus corpiños o polleras con trencillas negras o coloradas.

    Los hombres con posibilidades económicas vestían pantalones bombachos de "coleta" y camisas de colores listados que usaban fuera del pantalón de manera que la modita no es tan nueva que digamos. También llevaban abarcas y sombrero cubano, pero en los días ordinarios su atuendo era menos complicado: una paruma y si acaso una camisa de "cotón". Los individuos de ambos sexos llevaban el cabello largo pero los hombre se lo acortaban a la altura de los hombros. Se carecía de espejos, pero eran éstos reemplazados por el agua que se conservaba en ollas de barro que se cristalizaban cortándola con "tuna". A falta de peines y peinetas hacían uso de las manos o se ingeniaban para fabricarlas de madera o de hueso. Mantenían sus uñas cuidadosamente cortadas y eran escrupulosos e ingeniosos para conservarse siempre aseados y bien presentados.

    En las clases humildes las mujeres vestían de una tela llamada "pola", que se expendía en varios colores, pero sus trajes carecían de todo adorno usando tan sólo faldas y camisetas cortas llamadas "cabos"; por lo común andaban con los pies descalzos.

    Los hombres libres usaban a diario la "paruma" y a falta de suela fabricaban sus sandalias y abarcas con la concha de un árbol especial y las ensartaban con fibras sacadas de la corteza de la "majagua". No acostumbraban el sombrero pero sí las argollas en las orejas, igual que las mujeres.

    Para aplanchar la ropa se emplearon en un principio mazorcas de maíz y después botellas vacías hasta cuando José María Tordecilla Berástegui introdujo las primeras planchas metálicas.

    Para alumbrar sus viviendas hicieron uso en un principio del "pabilo" fabricado con cera de abejas silvestres. Vino después el "candil" hecho de trapos torcidos v empapados en grasa de pescado o de otros animales silvestres. Eran esas las únicas luces que taladraban la oscuridad de las pobres viviendas donde se albergaban nuestros antepasados. Para transitar por el vecindario, en noches oscuras, se alumbraban con tizones de candela, pero todo eso pasó a la categoría de anticuado al hacer su aparición los "mecheros", de aspecto curioso y de forma elegante, fabricados con hojalata y que colocados en un recipiente llano de manteca colorada daban una luz bastante clara. Esos aparatos fueron introducidos de Cartagena por don Manuel Cabrales Armesto apellidado "El Ocañero" y prestaron servicios durante muchos años.

    Don Antonio María Martínez L. y don Pedro Vélez Martínez abrieron, en 1859, la primera casa comercial de alguna importancia que tuvo asiento en Montería.

    Ellos introdujeron lo que podía considerarse en aquel entonces como artículo de lujo, lamparitas de mano, hechas de hojalata y alimentadas por gas, con lo que empezó a sufrir modificaciones sustanciales la vida patriarcal de los primeros monteríanos. Esos mismos señores iniciaron, en escala comercial, la extracción de la manteca colorada y más tarde de la mora, artículos que llegaban a Cartagena en barquetonas fletadas por ellos.

    A pesar de los escasos elementos que tenían para embellecer y alegrar sus vidas los monterianos de antaño eran alegres y entusiastas. Les gustaba sobremanera el baile y para amenizarlo tocaban una especie de "marimba" que construían con la vena de la palma de corozo y con las ramas flexibles del totumo. Golpeadas esa varas con un bolillo de madera fina y aproximadas a la boca como si se tratara de una trompeta daban notas musicales bastante sonoras que animaban a los discípulos de Terpsícore. Tenían, además, una especie de pito hecho con la palma del corozo y el bangaño que hacía las veces de redoblante con el sonido más o menos armonioso y un tanto melancólico de tan primitivos instrumentos; bailaban y se divertían con sana alegría.

    Lo más granado de aquella sociedad en embrión asistía a los bailes, vestidas las mujeres con telas de "tula" y calzadas con sus babuchas de orejitas; los hombres con el pantalón de "coleta", camisa listada, pañuelo floreado al cuello, abarcas de tres hoyos, sombrero cubano con anchos gallardetes en la copa y con sus "hojas" terciadas al cinto.

    Esas hojas o espadas eran colocadas en el interior de la sala de baile y de su puño colgaban los respectivos dueños su sombrero; cuando por vez primera alguno de esos caballeros deseaba sacar a una dama tomaba su espada y presentaba con una gran reverencia; si la dama, aceptaba la invitación correspondía con otra inclinación de cabeza y se levantaba para bailar.

    En un principio se colocaban las parejas frente a frente y cogidas de la mano. Dando luego un paso adelante y otro atrás movían el cuerpo rítmicamente: esa forma de bailar se conocía con el nombre de "martilinga".

    Más tarde hicieron su aparición entre otros instrumentos una especie de tambor corno de un metro de alto y forrado en cuero que recibió el nombre de "golpeado"; "los pitos" hechos de carrizo que recibieron los nombres de "gaita" y de "macho"; finalmente, el cascabel de totumo o "guacho" que conocernos ahora con el nombre de "maracas".

    Con la sucesiva aparición de esos instrumentos fue variando bastante el modo de bailar descrito anteriormente. Entonces se puso de moda el paso ligero y repicado acompañado de rítmicos movimientos de la cabeza y de los pies ya que con estos últimos se llevaba el compás. Ese baile fue conocido con el característico nombre de cabezona. Años después, pero siempre, con acompañamientos de los mismos instrumentos, se bailó la "cumbia " o "cumbiamba " colocándose las parejas sueltas alrededor de la música en forma de ola o de círculo giratorio. Las mujeres portaban en la diestra paquetes de velas encendidas y a veces llevaban sobre la cabeza roscas de pan fresco que recibían las banderillas de sus admiradores siendo dichas banderillas legítimos billetes hasta de cinco y diez pesos cada uno. De esas diversiones nacieron los festejos de la "Pascua Florida" que a tantas gentes alegraron en estas apartadas tierras de Montería. Tan populares fueron, que se establecieron sonadas piquerias entre los barrios rivales de "La Ceiba" y "Chuchurubí", piquerias que se prolongaban durante las veinticuatro horas del día y de la noche y que duraban una semana entera y a veces más. En ellas se pusieron de moda las banderas, las fuentes de "agua de kananga", los carros alegóricos y la quema de espermas en cantidades asombrosas.

    Después de un pasado monótono y triste las nuevas generaciones iban conociendo días mejores y la vida de los monterianos transcurría alegre y bulliciosa, haciéndose patentes el progreso y la civilización en su formas más modernas, entonces fue cuando se fundó una academia de baile y conocieron nuestros abuelos el arpa, aristocrático instrumento traído por primera vez a estas tierras por la señora Ana Lora. El arpa fue durante algunos años el instrumento preferido de la buena sociedad y se empleó para fomentar bailes de categoría en casas particulares y hasta en el atrio de la iglesia parroquial.

    María del Rosario Viaña lo tocaba admirablemente y al son de tan delicado instrumento pusieron de moda las danzas, contradanzas, los pasillos y valses.

    En 1845 el profesor José Angel Ruiz Viaña fundó una banda de música a cuyos acordes se bailaban piezas clásicas, y más tarde el profesor Rafael Gómez Fuentes organizó una segunda banda que hizo su estreno en una fiesta de la pascua, contratada por los cabezas o capitanes del barrio "La Ceiba". Los instrumentos primitivos fueron por los tanto sustituidos poco a poco por tambores y por instrumentos de viento y éstos mucho más tarde por instrumentos de cuerda. Las fiestas de la Pascua terminaron en 1904 por decreto del alcalde don Eliseo Pineda porque se habían convertido en manantiales de disturbios y de rencores personales y políticos.

     

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