Domingo 9 de enero de 2000
JOSÉ LUIS GARCÉS GONZÁLEZ
Preparen la tierra y alisten los espeques. Aquí traemos la semilla. Lo venimos a sembrar. No a devolverlo a la madre naturaleza. Pues él nunca ha salido ni saldrá de la tierra que lo vio nacer. Aquí se queda por siempre. Lo venimos a sembrar no como si fuera un canutico, como él lo canta en "Amores Campesinos". Le venimos a sembrar el tronco. El fuerte tronco. Lo sembraremos para que retoñe. Para que se enraice. Para que se riegue por todo el Sinú. ¿Seremos nosotros tierra fértil?
Una nueva tarea le corresponde a Guillermo Valencia Salgado. Sale, no a la muerte, sino a un nuevo trabajo. Arbol, pájaro o río transitando por las praderas del cielo, vigilará los quehaceres culturales del pueblo. Seguirá impartiendo su clase.
El continuará siendo el maestro; nosotros, sus discípulos. Que nadie se equivoque. El no estará ausente. Sólo ha cambiado de domicilio. No de tierra.
Después de esta siembra, señores, esperemos la cosecha. Demorará años, pues no es fácil sembrar, y más difícil es cosechar. Sin embargo, con este hombre no podemos darnos el tétrico lujo de dejarlo solo en la oscuridad del sepulcro. Este, como quería un pensador latinoamericano, tiene que ser, y es, un muerto útil.
Lo que importa ahora, paralelo a este dolor sin reposo, es estar a la altura de este hombre, acercarnos, siquiera, a su enorme tamaño.