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José Luis Garcés González

FUNDACIÓN MÍTICA DE MONTERÍA

(Con perdón de Borges)

Por José Luis Garcés González.

El conquistador español se sintió cansado. Los mosquitos, las serpientes, las lluvias, las desgracias físicas lo atacaban sin clemencia. El río, dormido, era una franja estrecha de agua. El conquistador miró a su alrededor, de nuevo se sintió cansado, y decidió acampar. Lugar seguro no había. Optó por el menos peligroso. Descargo sus cachivaches de guerrero encima de corpulentas, rocas que se solidificaron en el último período del cuaternario. Tomó una de ellas como almohada. Desde su cama natural ordenó con su voz gruesa de ibérico andaluz que la tropa se esparciera por el lugar, circundándolo. Ya había tratado de engañar a los indígenas diciéndoles que el Papa les había adjudicado estas tierras a los peninsulares, y los naturales le habían contestado que el Papa debía estar loco para regalar lo que no era de él. Ya había comprobado la existencia del oro pero no había amainado su sed del dorado metal. Ya sus soldados habían sufrido la flecha, la culebra, las trampas, la selva que los engullías les cambiaba el sentido del sol.

Esa noche soñó con su apellido. con sus blasones en la España pringada de moros y soñó que doscientos años después ese sitio boscoso, preñado de animales de cacería, era un pueblo grande, deformado. de tugurios y de torres, de calles ahuecadas, bombardeadas por un enemigo invisible pero efectivo, de banquetes desconcertantes y hambre lacerante, de ricos muy ricos y de pobres muy pobres, donde algunos hombres marchitos con un fuete en la mano y manojos de papeles verdes saliéndoles del bolsillo trasero de los pantalones arreaban a otros hombres., más jóvenes, harapientos, de mirada lánguida, que constituían una romería sorprendente, indiferente y torpe.

El español se despertó sudoroso y se sintió más cansado. Alargó su mano y encontró la adarga. Se cubrió con ella. Miró el caballo y la fogata. Tanteó la lanza. Cuando la respiración se le hizo lenta y sosegada comprendió que había deambulado por los laberintos de lo onírico. Despabiló, miró a la luna que parpadeaba tras una nube y percibió la enorme mancha de silencio que lo rodeaba. Se sobó los ojos v de pronto se sorprendió. -6Porqué esa pesadillas guerrero encima de unas piedras grises, ¿Alguien lo había llevado a otro mundo? El no era novelista para creer que había sido un artilugio de la imaginación. Aún no era Fray Pedro Simón. Menos Graham o Strifler. Él tenía bien afincado los pies sobre la tierra. Después de la manigua, lo mágico estaba en el río, que en ese septiembre todavía era una serpiente de luz. ¿Entonces ? Como español creyente, de esos que usaban la cruz para santiguarse y la espada para destajar, se sintió escogido por un designio superior. Aceptó el encargo con una mueca de satisfacción que le hizo asomar los incisivos cariados. Luego se durmió convencido de que era un dios. Un dios barbón. Un dios con las tripas en escándalo.

Por la mañana sacó las cuentas de la cronología. Era 30 del noveno mes. Ordenó cortar los árboles más sólidos que había a su alrededor. Cortar, también, las palmeras que no lejos de allí estiraban sus lenguas ramificadas hasta la yerba incipiente. Hizo la primera enramada. Después, sus hombres, hicieron otras y otras. Recordó que el último día del mes de septiembre está dedicado a San Jerónimo. Dijo: se llamará así. Luego, por ser lugar de caza, la llamarían Montería. Sitio de animales favoritos para el alimento y la digestión. Para el excremento previo. Antes de partir hizo un rancho y lo llamó iglesia. Años más tarde el pueblito fue incendiado Después fue saqueado o despilfarrado. Tenía a la sazón 1.200 habitantes. Lustros después, con una plaza donde tanteban las primeras corralejas, el villorrio tuvo constituidos dos barrios: La Ceiba y Chuchurubí, que devinieron en rivales para todo lo que tuviera repercusión social, desde una procesión hasta un baile cerrado o una pelotera con matarratón.

Según Don Jaime Exbrayat. a comienzos de! presente siglo Montería tenia 60 edificios de mampostería. 132 edificaciones de zinc y 878 casas de palma, en cuyos techos los gordos reyes de la baraja jugaban al azar el derrotero de sus destinos. El poblado era frecuentado por guaqueros, raicilleros. madereros, macheteros v curanderos, muchos de los cuales iban por las noches al estanquillo de Emeterio Suárez a beberse sus alcoholes caseros y a escuchar, alumbrados todos por mechones clavados en estacas, el golpe del tambor embrujado, que ese forastero arraigado en el Sinú sonaba como ángel o demonio.

En esa época principiaron a salir las primeras procesiones de difuntos que, desfilando, por la hoy calle 29. llevaban como velas fémures encendidos y parpadeantes, comenzó a rondar la leyenda de que cruzar por la iglesia después de que las campanas daban las doce de la noche era lo más espeluznante que había, pues sin nadie abrirlas, las puertas se abrían y todos los muertos que habían sido rezados en ella retornaban adoloridos a la antigua ceremonia y vestidos de negro se azotaban entre sí mientras proferían escalofriantes lamentos, en esos tiempos surgieron las historias de las primeras brujas que llegaron de Cartagena y de Tolú para sembrar el pánico entre los borrachos de medianoche o para expresar amor o pasión por los hombres que, disfrazadas de puercas y de burras, se las encontraban en las madrugadas y los hociqueaban v les rebuznaban con lujuria y coquetería hasta hacerlos huir o caer sin sentido en las calles arenosas y solitarias.

 

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